martes, 14 de agosto de 2012

Relato 6° Esperando el autobús



Salí de casa de mi prima a las 4. Un sol que rajaba las piedras y la vida, caía sin compasión. Me dirigí a la parada lo más rápido posible para pillar algo de sombra.
Se me ha olvidado decir que la parada está en medio de la nada porque la urbanización de mi prima ya está en medio de la nada más absoluta.
Ni un alma me crucé de camino. Magda me iba a acercar a la ciudad pero no se encontraba bien y le dije que no se preocupara, que me iba en bus. Mujer, es que tardan 40 min, como acabe de pasar con este calor te mueres... Pues me espero y listo, ya ves tú.

Ya veía la marquesina a lo lejos cuando vi también como arrancaba el jodido autobús dejando una estela de humo negro detrás. Mierda. Ni hecho a posta.
En fin, relájate Mónica, no gastes energía que te desmayas y a pensar en algo entretenido, que ni un triste libro tenía a mano.
Cuando iba llegando vi una figura sentada. Según me acercaba me di cuenta que era un chico. Ya al lado saludé con un hola algo asfixiado y pensé Está bueno. Enseguida me acordé de Merche, una amiga que se había liado con varios jovencitos y le encantaban. La verdad es que a mi no me decían mucho. Para mirarlos genial pero ya más....uf, qué pereza, si con algo de edad costaba que se enteraran y te dejaran bien, imagínate a los 20. Ay, mira, no me valía la pena ni bajarme las bragas. Ella se reía cuando le decía eso y me daba la razón pero añadía: Moni, sí, vale, puede que tengas razón, pero para un rato salvaje el morbazo merece la pena, te lo aseguro. 
Pues allí estaba yo saludando en medio del desierto del verano más caluroso en años, mientras le miraba el paquete a este chico que de saber lo que yo pensaba igual se hubiera bajado el pantalón para decirme Mira, qué te parece, ¿vale o no la pena bajarte las bragas?


Un poco intranquila me senté. Él sacó de una mochila una botella de agua, bebió y me ofreció ¿Quieres? Está fresquita, estás sudando.
Sí que estaba sudando, como una cerda. Sudo demasiado. Y la camiseta blanca se pegaba tanto que el sujetador se veía sin dificultad. No he contado que tengo un tipo muy mono, delgada pero con pecho y piernas bonitas. Tengo 34 y el calorcito me favorece. Las sandalias, las uñas de los pies de rojo. Algo morena de la piscina. Me puedo permitir una mini vaquera azul oscuro. Y sentirme sexy al lado de aquel chico también. Le acepté la botella y bebí despacio intentando no pegar la boca al borde. Claro está, se me cayó el agua por la barbilla y el cuello. Joder, qué torpe. Mujer, no te preocupes, bebe bien que se te ha caído todo, decía mientras se le escapaba una risilla.

Sí que era guapo, vaya. ¿Vives aquí? le pregunté. No, he venido a casa de un amigo y no me podían llevar de vuelta. Justo cuando he llegado se iba el bus. Me han dicho que pasa cada 40 minutos. 
Sí, le contesté, mientras me limpiaba la boca y abría las piernas para que escurriera el agua al suelo. Y el sudor. Y el aire entrara por algún sitio. Yo que sé. No podía pensar con claridad.
Allí al lado el uno del otro, como si no hubiera nadie más en el mundo, con esa sensación de libertad compartida, de complicidad en esos momentos únicos y muy frikis que vives con alguien que no conoces de nada.

Se puede acabar la humanidad que aquí ni nos enteramos, soltó y se volvió a reír, esta vez a carcajadas. Parecía nervioso. ¿Cuántos años tienes? le pregunté como si importara para algo. Diecinueve, ¿por? me miró extrañado y serio. No, por nada, curiosidad. Y me quedé tan ancha. Y no sabía dónde mirar. Joder, soy idiota y me estoy poniendo caliente. Y no lo puedo evitar, jodeeeeeer. Mónica, ya. Que venga el puñetero autobús y ya, se acabó. Aquí, salida, tonteando con un crío. Ay dios.

Pues yo no sé qué edad tienes tú pero estás muy buena y si el mundo se hubiera acabado pues tampoco estaría tan mal, ¿no?. Y me guiñó un ojo. Ahora fui yo la que soltó la carcajada y afirmé Pues no, podría ser peor. Estar aquí, sin compañía, ¿no? Y me mordí el labio y empecé a apretar las piernas y a notar como la temperatura de abajo subía. Y supe que me iba a meter mano en cero coma... Y toda yo me colapsé.

Y eso hizo juntándose más a mi en el banco. Puso su mano en el muslo y sin dejar de mirarme la fue bajando hasta que desapareció y yo la noté ahí donde el calor se transmite a todo el cuerpo. ¿¿Qué bragas llevo?? Ah, las rosas pequeñas, respiré...uffffff... 
Y bueno, mejor dicho, me quedé sin respiración. Me tocaba despacio, como con miedo pero clavándome los ojos y jadeando con la boca un poco abierta. Separé las piernas despacio que era como decir sigue. Y le toqué el pantalón, que era corto y de tela. Bendito verano, pensé. Y sonreímos los dos a la vez que empezábamos a masturbarnos. Qué morbazo nena, que diría Merche...

Le desabroché los dos botones y saqué del calzoncillo una polla dura, muy dura. Y bonita y grande, no demasiado. Perfecta para el momento, vaya. Él ya había metido los dedos por dentro de la telita y manoseaba el clítoris que también estaba duro. Y los dos mojados, mi coño y su rabo. Allí, en medio de la nada, poniéndonos cachondos, tocándonos sentados el uno al lado del otro y sin dejar de mirarnos a los ojos. Creo que lo que más nos ponía era estar tan desencajados, vernos esa cara de animales en celo. Con la lengua casi fuera, babeando, sudados y duros, tiesos, en tensión. Siguiendo el mismo ritmo, yo subiendo y bajando su polla, parando un momento para escupirme la mano con saliva, lo que hizo que él temblara de gusto, y él meneando mi botón que ni falta que hacía que mojara nada, pues resbalaba escandalosamente dándome un placer que me anunciaba: Mónica, te corres...

Y llegó, y le dije Me corro, y acerqué mi boca a su boca como buscando el aliento, como si me fuera a caer y su aliento me sujetara. Y a trompicones dijo Y yo... Y al estremecerme y cerrar las piernas sintiendo un latigazo por la tripa, con su cara pegada a la mía compartiendo sudores, vi encantada como salía la fuente de leche de su polla y mojaba mi mano, y se retorció dejándose caer un poco en el cristal de detrás. Y estuvimos unos minutos así, sin decir nada porque no podíamos. Levantamos a  la vez las cabezas y cerramos los ojos de la risa, como dos niños que habían hecho algo que no estaba bien pero que molaba mucho. Nos besamos, dulcito y suave, y cogió la botella que se había quedado en el suelo. Me dio a beber, bebió él. Se abrochó el pantalón, me seguía mirando, ahora el que se mordía el labio era él... 
Yo me coloqué las bragas y me arreglé el pelo. Se oyó un motor, subí las cejas con sus ojos aún fijos en los míos y nos pusimos de pie. Gracias susurré, un verdadero placer. Otra vez inquieto dijo entrecortado, Lo mismo digo...
Y frenó el bus y abrió las puertas y pensé ya en mi asiento, Cuánta razón tenía Merche. También pensé en que estaba muy buena. Que con la semana que llevaba, mejor dicho los meses, esto era como un chute de vitaminas. Y no se me quitó la cara de idiota en varios días. Sólo pensaba en paradas de autobús, claro...
                                                    

1 comentario:

  1. No me extraña. Voy a tener que ir más en autobús, a ver si te encuentro ;-)

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